Opinión

Aguantar a una mujer

YA SON varias las personas que me han preguntado a mí, o a terceros, cómo es posible que mi pareja (hombre) me aguante. Supongo que pensarán que cuando llego a casa le aprieto los grilletes de los tobillos y le paso la sílkepil por el abultado vello púbico, mientras canto consignas sobre la liberación femenina, me tiño los pelos del sobaco con sangre menstrual y declino el sexo falocéntrico por considerarlo machista y poco productivo en relación al orgasmo/precio. El gracejo me resulta muy inspirador.

Supongo que pensarán que soy una mala mujer. Ese tipo de mujer que se cabrea con su pareja por no hacer las labores domésticas de las cuales yo no me siento heredera universal, el tipo de mujer que trabaja –afortunadamente– tantas o más horas que él (fuera y dentro de casa), el tipo de mujer que se atreve a darle consejos sobre su trabajo y sus finanzas, el tipo de mujer que informa pero no acepta órdenes, acerca de sus actividades fuera de la pareja.

Pero también el tipo de mujer que alquilaría un coche antes de tener que explicarle al mecánico lo que le pasa al mío, la que le dice a él que baje la basura porque me pesa, aunque no me pese tanto, la que disfruta gritando “"soy rubia"” cuando no entiendo, o no quiero entender algo. El tipo de mujer que le escoge la ropa y le compra calzoncillos nuevos para ponérselos todos distribuidos sobre la cama en un arco iris de colores, la que le prepara una comida especial de vez en cuando, la que le dice “siéntate y no molestes” cuando, ignorando mi propio código deontológico, me interrumpe para limpiar algo que ya estaba limpiando yo. La que se pone celosa si despierta el interés de otras mujeres.

Sí, soy una mala mujer. Y sobre todo, una mala feminista.

Una feminista como Roxane Gay, la escritora afroamericana que da un soplo de aire fresco (y un respiro) a todas aquellas feministas comprometidas que a veces desearían no serlo. Que a veces tienen miedo de resultar inaguantables entre tanta lucha, tanta indignación, tantos gritos públicos y privados. Una mujer que, por encima de sus propias contradicciones e incluso, de sus propios intereses para encontrar a un hombre que la aguante, se pasa la vida denunciando la discriminación por razón de género y la violencia machista. Una feminista, que por el hecho de serlo, es prejuzgada con incomprensión, paternalismo y bromas rancias cuando intenta explicar algo que no tiene nada de gracioso.

Las malas feministas nos hemos indignado estos días leyendo muchas de las crónicas y columnas de opinión que han dedicado a la encantadora Melania Trump. Miles de líneas que destacan su virtuosismo en el arte de la discreción y su amor a la familia, como las dos principales bazas para desempeñar el cargo de primera dama de los Estados Unidos. Una mujer bella, dócil, siempre a la sombra del marido. De las fáciles de aguantar. Una Miss que ya ha despertado mucho más interés y búsquedas por parte del sector masculino que Michelle Obama en dos legislaturas. Michelle, demasiado implicada, demasiado agresiva, demasiado visible, con demasiada opinión sobre temas importantes, demasiado independiente, demasiado negra y sí, demasiado gorda. Una mujer inaguantable.

Recuerdo cuando Letizia Ortiz se convirtió en un blanco a batir tras mandar callar cariñosamente al Príncipe en el acto oficial de pedida de mano. Aquel exabrupto, ante cientos de medios de comunicación de todo el mundo, la convirtió en una mujer peligrosa, rebelde, sin la suficiente categoría para asumir los regios protocolos de la Casa Real. Pero la inaguantable plebeya, divorciada y republicana, acabó convirtiéndose en la perfecta y estilosa reina consorte que nuestro país necesitaba. Una mujer que Felipe, santo y seña del auténtico macho español, padre de la patria, podría aguantar. Nada que ver con Eva Sannum.

Hay una perversión en el lenguaje cuando se trata las relaciones sentimentales o de pareja en los términos de “aguantar” o “soportar”, tan propios de tiempos pretéritos. Cuando el termómetro de lo soportable, se marca en función de la independencia de uno de los miembros de la pareja, casi siempre la mujer. Cuando muchas se autocensuran y prefieren callar a resultar insoportables por hombres con sed de madres y ganas de hijas castradas.

No sé qué significa aguantar a una mujer, pero debe de ser similar a aguantar a un hombre. Respetar, escuchar, compartir, admirar, tolerar y transigir errores que no vayan en contra de nuestra independencia ni de nuestra integridad. A lo mejor sólo era amar.

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