Opinión

Déjalo caliente

DEBIDO A LOS TRISTES sucesos acontecidos durante los San Fermines de 2016, últimamente no dejamos de hablar de violaciones y de violadores. Y lo sé, muchos están hartos. Cada vez que una feminista radical escribe algo sobre la cultura de la violación, una horda de hombres indignados se apresuran a decir que no todos los hombres son violadores, ni se comportan como animales, ni pierden el juicio cuando quieren tener sexo. Siempre me ha puesto muy nerviosa la gente que pretende justificarse por algo que jamás haría, en lugar de ponerse de parte de la víctima. Cuando sale alguna noticia de señoras que maltratan a sus hijos, alumnos o mayores, no veo a cientos de mujeres con necesidad de defenderlas y mucho menos, nos sentimos atacadas. No formo, ni formaré parte jamás del grupo de los malos (o las malas) y, por tanto, me importa un pimiento cargar contra todos ellos. Mi forma de ver el mundo me hace tener cero empatía con aquellas personas que someten, maltratan, humillan o asesinan. Pero desgraciadamente para todas –y para todos– los malos existen, y están entre nosotros. Los hombres malos que cometen una violación (denunciada) cada 7 horas, los hombres malos que maltratan a sus mujeres, los que las acosan, los que comparten fotos privadas de sus conquistas entre los amigos, los que son capaces hasta de sellarles la vagina con pegamento en un inaudito arrebato de maldad. Los que aumentan a diario las estadísticas de las mujeres asesinadas por violencia machista. 

Lo curioso es que estos hombres sólo son malos cuando la víctima es una mujer, o alguna persona cercana a dicha mujer. La mayor parte de estos hombres nunca antes habían cometido un acto de semejante atrocidad. No habían matado a ningún hombre, tampoco habían amenazado con inmolarse en un lugar público, ni siquiera habían tenido las agallas de partirle la cara a su jefe el día que los despidieron improcedentemente. Probablemente, mantendrán excelentes relaciones sociales y personales que les hagan pasar perfectamente desapercibidos entre la manada. Y es que lo peor de los hombres malos, es que parecen buenos. O mejor dicho, normales. 

Normales como todos aquellos que insisten en mantener relaciones sexuales con una mujer por encima de la voluntad de ellas. Tan normales como para emborracharla o drogarla hasta conseguirlo. Tan normales para follársela sin preservativo aunque ella no quiera. Y tan normales como para repetir en público, y en privado, la cantinela de “"me dejó caliente”" cuando no consiguen meterla. Podría escribir un libro con la cantidad de veces que escuché por boca de hombres normales la frase “"me dejó caliente”" o “"no me dejes así”" como una especie de afrenta a su absoluta normalidad masculina alejada de los cánones del primitivismo que manejan los violadores. Y la de mujeres que acabaron acostándose con alguien porque después del flirteo “"no podía dejarlo así”". 

Hace algún tiempo un buen amigo me confesó que, en realidad, el dolor de huevos no existía. Que era una excusa que muchos hombres usaban para conseguir sexo. Una especie de mentira universal que nos hacía pensar a las mujeres que si los dejábamos calientes les iban a estallar los testículos por nuestra culpa, o que el semen podría llegar a colapsarles el cerebro llevándolos al derrame cerebral. Pero queridos: lo que duele es la frustración y el ego, no las pelotas. 

La realidad, científica, es que el semen no se acumula durante la fase de excitación y por tanto, no se llega a producir dolor ni molestias después de tontear durante horas. El dolor leve, que se produce en los testículos y en la próstata, tiene lugar cuando el semen no se expulsa durante una situación de excitación extrema y prolongada (erección). La causa es una vasocongestión sostenida que se alivia con el ancestral método de la masturbación y que los chicos (a dios gracias) son capaces de curarse solitos. Pero además, el dolor no es exclusivo de los hombres, porque cuando una mujer no es capaz de llegar al orgasmo durante mucho tiempo se produce la misma vasocongestión y, por tanto, dolor. Para que nos aclaremos: nosotras también nos vamos calientes y teniendo en cuenta que alcanzamos el orgasmo en muchas menos ocasiones que ellos, nos vamos calientes muchas más veces. 

Las mujeres que, como yo, consideramos a los hombres como iguales, y no como animales salvajes poseídos por la penecracia, no tenemos ningún problema para decir que no nos apetece, incluso habiendo iniciado una relación sexual. Ningún problema, en tratarlos como seres inteligentes y civilizados. Ningún problema, en definitiva, con dejarlos calientes. Es el momento de que todos –y todas– entendamos que no por mucho repetirse, hay cosas que son normales.

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