Opinión

Si no huele a nada, agudiza el oído

PUEDE QUE sea porque me encanta el café. Puede que sea porque la hostelería navega entre mis genes. Quizás tenga que ver que en mi casa, de toda la vida, celebramos las buenas noticias y lloramos las desgracias alrededor de la mesa, con café con leche. El caso es que cualquier lugar donde haya café me atrae de por sí. Sé que me voy a sentir reconfortada.

Me gusta incluso pararme en las estanterías del supermercado donde están los paquetes de café, pero la mejora del envasado y el mundo de las cápsulas han perjudicado en exceso a mi pituitaria. En estas zonas de la compra ya no huele a casi nada. Resulta que nos hemos vuelto tan ávidos de rapidez que no podemos dedicar ni unos minutos de nuestro tiempo a preparar una cafetera italiana, que son esas que están en las casas desde que se dejó de hacer en una olla con un colador. Hemos dado un paso más, no se sabe si hacia atrás o hacia adelante, porque ahora evitamos esa historia de abrir la cafetera, echarle agua, abrir el bote, echarle el café... …Nada. Ahora cápsula y botón y apenas un par de minutos y café hecho. No hablemos ya de moler café. Que existen desde los ochenta los molinillos eléctricos, sin manivela, pues ni con esas. Claro que no se ha visto todavía ningún anuncio que diga que una cafetera normal puede dar lugar a un encuentro con George Clooney. Y tampoco conozco ferretería o bazar alguno donde al venderte la cafetera color metal te hagan la pelota de la manera que la hacen en las tiendas de las cápsulas. Qué manera de agasajar, qué modo de hacerle sentir a uno VIP. En esas tiendas Darwin se pondría las botas: hay selección natural. O te encanta tanto que vuelves cada semana y compras cápsulas de siete en siete o bien te horroriza tanto que decides, o dejar de lado la máquina en cuestión y que sea un mero adorno en la cocina, o te das a las cápsulas de marca blanca.


Si uno quiere especializarse en escuchar al otro, debe distinguir desde ya entre conversación de bar, de cafetería o de terraza


Así que los lugares donde queda olor a café hay que salir a buscarlos. Y no es un asunto fácil. El ritual de la taza y el platillo, el ruido de máquina de café de bar, aunque no huela demasiado, produce ya una sensación placentera para el amante del café. Aunque en esto del amor, sea el que sea, ya se sabe que hay gustos de todo tipo. Porque existen dos amantes del café: al que le gusta tanto que le vale cualquiera y al que le gusta tanto que solo le vale el bueno. Siendo del segundo grupo, esto de la celebración cafetera en un bar no siempre le viene bien. Al otro, le gusta hasta el ruido del azúcar cayendo sobre la taza.

El café fuera de casa desde luego que sabe diferente. Por razones obvias, pero sobre todo porque en compañía, aunque vaya uno solo, todo sabe distinto. Ahora que ya estamos oficialmente en verano se ha inaugurado la temporada de terrazas, y los cafés con hielo están de plena moda. Es maravilloso observar a los congéneres pasar el café de la taza al vaso con hielo…... ¿Se caerá?, ¿no se caerá? …Y quién no tiene un amigo que dice aquello de "ay, qué mal se me da esto". Como si se tratase de un tipo de prueba de las olimpiadas, igual. Pero lo mejor sin duda de las terrazas donde se sirve café son las conversaciones de los de al lado. En esta época del año, ligeros de ropa, hablamos más alto. Sabemos que la terraza forma parte de la calle y eso nos hace sentirnos a gusto. Así que venga a charlar. Sobre lo que sea.


Las palomas no cagan volando, esas son las gaviotas, Nacho


Dos chicos, que parecían pareja pero resultaron ser hermanos, hablaban el otro día sobre el inicio de negocio que ella estaba realizando. Parecía algo de joyería, pero no entendía la muchacha cómo iba a pagarse un seguro de autónoma. Una duda que se plantean todos los autónomos y que ella, rápida, la estaba teniendo antes de pasar a este régimen de la Seguridad Social. Chica lista. El caso es que su hermano insistía en que acababan de intentar timarlos porque venían, al parecer, de una empresa de creación de webs. La chica daba por sentado que iba a firmar todo lo que esta empresa le había propuesto, mientras que el hermano decía que se le estaba yendo la cabeza. Resultaron ser gallegos, de la costa coruñesa, pero no sé el nombre del pueblo porque el camarero vino a preguntarme qué quería. Pues un café, lógicamente.

En el punto caliente de la discusión, cuando pasaron de hablar alto a gritar, el chico se alteró mucho porque pasó por encima de su cabeza una paloma. Entonces, su hermana, todavía más enfadada y más gritona, le espetó (a él y a todos los que habitábamos la terraza): "Las palomas no cagan volando, esas son las gaviotas, Nacho". Tomé la frase como mía, decidí aplicarla cual ley de vida y no me atreví a buscar en Google cuál es el proceso de defecación de estas dos aves. Tampoco quise tomar más café.

Comentarios