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Isla Negra

A MI el cuerpo hoy me pedía hablarles de otra negrura. De esos políticos oscuros que tenemos, incapaces de sentarse todos juntos ante una mesa, desembarazados de unas fronteras partidistas que cada vez más los distancian de unos votantes exhaustos ante sus discursos inoperantes.

Es por ello que como muchos de esos votantes desertarán en el nuevo día señalado para volver a las urnas, dedicando el día a otras circunstancias mucho más provechosas que para volver a empujar a esos pseudolíderes a una mesa de negociaciones, que, al fin y al cabo, no será muy diferente de la que se han dedicado a evitar durante estos últimos cuatro meses, pues el menda también deserta de todos ellos, desterrando sus nombres en este artículo que solo busca un horizonte de esperanza y hasta de alivio, ya que otros se empeñan en ahogar ambas cuestiones.

Y lo cierto es que pensando y pensando a donde se podría uno exiliar durante estas semanas que nos esperan de cruces de declaraciones, promesas estériles, apocalípticos anuncios, reproches infantiles y méritos inmerecidos, así como de unos gastos que no nos podemos permitir y tras rastrear las noticias de esta semana que está a punto de acabar con esa sensación de amargura, si me dieran a elegir tomaría un avión rumbo a Chile y me plantaría ante ese escenario ya mítico como es la Isla Negra en la que el martes fue enterrado, por segunda vez, el que fuera su residente más conocido, Pablo Neruda.

Con este son ya cuatro los entierros del poeta, cuatro las sepulturas de quien efectuó largas travesías por dimensiones insondables para el resto de los mortales y que era capaz de registrarlas en forma de poemas. Textos inmensos, con independencia de su tamaño, profundos pese a la agitada y dulce espuma que sobre ellos se adivina y en los que el amor ejerce como salvavidas permanente, asidero ante las tormentas y pasaporte hacia el horizonte infinito.

La noticia surge en una búsqueda que clarifique una de las muertes literarias más sombrías. Un recorrido hacia la verdad judicial sobre su fallecimiento, producido el 23 de septiembre de 1973, e intentando certificar si éste se produjo por el cáncer de próstata, al que siempre se ha aludido, o por un envenenamiento, casualmente diez días después del golpe de Estado de Pinochet, y tal y como denunció en 2011 su propio chófer. Este desenterrar cada cierto tiempo, tras las pruebas científicas, parece terminar y deja a este abril de 2016 como el del descanso, esperemos que definitivo, de Pablo Neruda en su regreso a esa Isla Negra en la que exhortó a sus amigos a que fuese el lugar de su reposo eterno. Frente al océano turquesa, ante la infinitud de una mirada que él supo hacer finita frente a la vida y sus requiebros. Un recinto casi sagrado de casa, tierra y mar, en el que sobrevuela la poesía para generar la representación física de lo que significó, no solo su obra, sino también su compromiso con la palabra, con su pueblo y con los propios lectores. Pocos lugares más mágicos para sentarse sobre la tierra oscura, para huir del ruido, para juguetear con conchas y guijarros ante la tumba del poeta. Caracolas interminables, vertientes virginales, saltos de rayuela. Y una vez alta la mirada sentir la brisa del mar, el aroma salado de una naturaleza perfumada y turbadora ante la cual nada nos puede importar.

Pero la realidad se empeña en emboscarnos, en convertirnos en rehenes de una situación que pocos querían y que nadie necesitaba. Nos alejamos de la paz del poeta, de su cuarto entierro tras el efectuado tras su muerte en el Cementerio General de Santiago de Chile y el posterior, en 1974, en otro punto de ese recinto; o el que 1992 le condujo, por vez primera, a su Isla Negra. A todos ellos podrían, deberían, sumarse otros cuatro funerales políticos, los de las despedidas de los cuatro candidatos de nuestros principales partidos, terminando, en parte, con este fracaso con el que a tantos opinadores y políticos se les llena la boca, pero ante el que nadie parece presentar una solución sin que ésta proceda del regreso a la urna negra. ¡Ni un paso atrás! Cuatro meses en los que la vagancia, la insolencia, el equilibrismo o la frustración (jueguen ustedes a repartir la adjetivación) han propiciado un paisaje pedregoso y de esperanzas soterradas. Un frustrante estado de la cuestión que nos revela la escasa madurez de una democracia, ahora de luto, en la que cuando son más de dos a opinar se convierte en una riña de niños cargada de intereses adultos y por lo tanto perversos.

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