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El paciente inglés

RUEDA tiene algo de inglés por su porte british. Y mucho de paciente porque paciente no es el que convalece en un hospital, sino el que dispone de una virtud innata, saber esperar. Para saber esperar es condición indispensable no esperar nada, y eso es en política un tesoro con el que Alfonso topó hace tiempo. Los dedos de Rueda, fíjense bien, son los dedos de un pianista virtuoso. Dedos delatores de ancestros urbanos, prueba incontestable de una progenie vinculada a profesiones burocráticas. Nada de sacho. Dedos de artista. Especulo, claro, pero ubico el pellizco político de Rueda en un adolescente que asiste al deambular de su padre por el ‘barreirazo’, aquel hostión contra Albor del alquimista impaciente que entonces era José Luis Barreiro. En aquel tiempo, diputado provincial José Antonio Rueda Crespo, el padre de Alfonso. De la asistencia a aquel duelo entre un ego abúlico, Albor, y uno megalómano, Barreiro, emerge el pellizco político de Alfonso y, ya maduro, el descubrimiento de la vocación. (Rosanna López descubrió la política, siendo niña, al regalarle Fraga un caramelo en un mitin. Lo contó en una entrevista. Es lo que yo llamo «conversión por aparición». Tipo Fátima ). Pero eso pasa. A veces, en plena madurez, rehúsa uno su profesión habitual y comienza a molarle el periodismo en vez de la radial. Rueda tiene algo a su favor en actividad tan denostada como la política, la profesión de secretario de administración local, somier para cuando llegue su otoño. Y como impedimenta tiene Alfonso esa apariencia de dandi inglés, distante y un poco elite que se desvanece, sin embargo, en la distancia corta, porque Alfonso es afable y cercano. Poca gente habla mal de él y eso precisa mucha inteligencia. Comedido en la crítica al adversario y ponderado en la refriega. Y didáctico en la defensa del argumentario, esa vitamina que los ideólogos del partido dan a los primeros espadas para que, repetida hasta la noche, arraigue en la gente aunque a veces se vuelva contra los ‘químicos’ del aparato (Cuando crío, a un amigo le daban un preparado, algo similar al argumentario que -decían- hacía crecer. Y era verdad, hacía crecer pero no a lo alto. Porque al chaval lo que le creció fue la cabeza. Le creció hasta el punto de que no había cinta métrica y lo interrogábamos crueles: «Manolito, por qué no vas ayudar a tu madre con la compra del mercado y se la traes en la gorra». A veces, a la política también le ocurre lo que a aquel desgraciado cabezón, crece a lo ancho, no a lo alto). Pero estábamos en que a Rueda lo eligen como aglutinante para oficiar como puente entre los votantes del PP de Meaño y los de Vigo o Pontevedra. A ver. Porque el chostena, que, por si no lo sabían, es el nombre técnico del pico de la boina, permanece erecto en Galicia (ver ‘Luar’ en la TVG) y el rural, me parece a mí, aún «é o que mais ordena». Quiero decir que hay mucha militancia que vota al PP y ordeña o siembra, y eso no puede hacerse en Benito Corbal (militancia, una parte de ella, aún no acostumbrada a la ausencia de Louzán. Ocurre que Louzán es hombre de partido y mitigará el desgarro). Tiene pues, Alfonso, la virtud de la mesura, de la profesión alternativa y de no causar rechazo entre la ruralidad militante. Sus detractores dicen que incurrió en errores, la apuesta por los candidatos municipales de Pontevedra y Vigo, por ejemplo, lastrado el primero por el asunto Celulosas y la segunda porque, pese a ser una buena técnica, no rebasaba, políticamente hablando y dicho sea sin acritud, el perfil de una becaria a la que, Vigo entero lo sabía, una bestia política como Caballero iba a despedazar. Y aún dicen que debe evitar otros errores, como que Príncipe le haga en un acto de telonero (dije hace dos columnas que las filípicas de Príncipe suenan como una radio de dial desintonizado con poca pila). Alfonso, pues, sabe esperar porque no espera nada, algo valiosísimo en política. Y saber esperar sin cuestionar el liderazgo de Feijóo -al que se muestra gemelarmente fiel, rocosamente leal-, añade aún más valor. Lo que algunos han visto como un paso atrás lo interpreto como un ligero retroceso táctico para coger impulso, un impulso que, no lo descarto, le haga candidato a la presidencia de la Xunta si Feijóo declina. Porque al margen de él, Crespo y Puy, el banquillo lo es de canteranos verdes. Dicen que si Tellado, pero Tellado tiene apellido de novelista romántica y resulta demasiado terne. Fuera de ellos y para la Xunta, solo Ana Pastor concita unanimidades irrefutables. A ver. Porque el PP se juega buena parte de su futuro en Galicia.

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