Blog | Arquetipos

La codicia como respuesta

Título: Billions.
Creador: Brian Koppelman.
Reparto: Paul Giamatti, Damian Lewis, Malin Akerman.
Cadena: Showtime.
Calificación: ●●●○○



CODICIA. Desbordante y extravagante codicia. Esto es ‘'Billions'’, una serie recién estrenada de Showtime, que muestra el duelo entre un fiscal y un hombre de negocios. Ambos se mueven en unos niveles que no son de este mundo (del mundo de los demás); manejan cifras inexplicables y hacen básicamente lo que quieren porque están más que acostumbrados a eso de la compra-venta y si hay que pagar, se paga y listo. Así que estamos ante dos personajes cuya existencia es guiada por la misma motivación, la de tener más para (aparentemente) ser más. No es una premisa que suene extraña ni alejada de nuestro común vivir. Es algo con lo que estamos familiarizados porque, una de dos, o nos indignamos y llenamos Facebook y similares de exabruptos o envidiamos en secreto -o no tanto- las operaciones millonarias de todos aquellos que no son nosotros. O tres: hacemos las dos cosas a la vez. Por tanto estamos ya en disposición de ver esta serie con una admiración y un respeto encomiables. El desarrollo de la historia se perfila en el piloto mientras se presenta a los protagonistas y a sus alter ego, que son las mujeres de los protagonistas, en una narración que fluye sin problemas (salvo los lapsus de desconexión para aquellos que no tenemos la culpa de no estar habituados al devenir de las altas finanzas. Ya sabemos que la vida, a veces y para algunos, es injusta).

Una vez metidos en el argumento, que no es del todo complicado, la cosa es dejarse ir. Te dejas llevar a través de esas aguas turbulentas y acabas viendo la primera temporada en un vuelo. ¿Cuál es la pregunta aquí para el espectador? La pregunta es de qué lado estamos. En qué lugar vamos a posicionarnos no solamente en este conflicto concreto que observamos, sino en todos los que nos rodean. La pregunta es si somos seres compasivos o despiadados, o si lo seríamos, en caso de una hecatombe moral, como las que ya hubo, como las que hay ahora. La pregunta es qué queremos y cómo valoramos eso que queremos. La pregunta es si valemos más porque lo podemos comprar todo. La pregunta es si merece la pena ser de tal modo, o no ser de tal otro. Si de verdad compensa dejar de ver lo que ocurre alrededor para pasar a vernos solo a nosotros mismos.

Era una pregunta múltiple. Es lo que tiene ponerse a filosofar al calor de una serie televisiva.

'Billions'’ es eso y nada más que eso. Una lucha entre dos narcisistas billonarios. Ya sabemos que el poder no se cede así como así y el conflicto se hará más y más sucio a medida que avanzan los capítulos y como era de esperar. Nadie se mantiene en esos niveles amando al prójimo como a sí mismo. A veces queda bien y es entonces cuando se hace necesario fingir un poco. Pero después todo vuelve a la normalidad en cuanto pasa el momento porque para mentir también hay que hacer un esfuerzo y es mucho mejor pagar a alguien que lo haga por ti. Así están las cosas.

Los personajes principales son Paul Giamatti, que apuesta por una actuación demasiado chirriante, y Damian Lewis, el protagonista de ‘Homeland’, que tiene todo el rato el mismo rictus que tenía en ‘Homeland’ y, en este último caso, aún no tengo claro si es que existen similitudes en los caracteres de ambas series o si es algo que no se le va, esté donde esté.

Pero, en fin, esto siempre es cuestión de gustos. En principio, todo apunta a que será una serie con elevados niveles de audiencia. Porque el poder tira, empuja, araña, pisotea. Porque el poder se ansía, se envidia, con tal intensidad que el resto desaparece. Y el resto son todas las cosas que nos hacían humanos, o al menos, medianamente.

Más periodista que nadie
Qué bonito es el programa '‘En la tuya o en la mía’', ese espacio que presenta Bertín Osborne y que arrasa en La 1 de TVE. Es tal la campechanía que a mí, lo juro, se me saltan las lágrimas. Y lo mismo te entrevista el hombre a un presidente de Gobierno que a un actor, que a una cantante, que a una nietísima, es decir, a una nieta del mismísimo. Y eso, es necesario decirlo, no lo hace cualquiera. Hay que ver qué manejo de los recursos periodísticos. Madre mía, qué emoción.

Comentarios