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Una banda sonora al volante

- Venga, a ver si hoy me toca el apartamento en Marbella.

-Vaya, Serafín, justo se lo acabamos de dar al cliente anterior.

-Pues nada, para la próxima. ¿Cuánto es?

-Veinte céntimos.

-Caray, más barato que en el Froiz .

-No te preocupes, que ya te avisaremos cuando hagamos el 3x2.

Los diálogos de Serafín ‘O Fijo’ en la farmacia de Campelo deberían ser grabados con una cámara de vídeo. A veces, cuando está juguetón y ve la botica llena, en voz bien alta dice que sí, que está vez le ha tocado el famoso apartamento, pero que se han olvidado de darle la llave de la cocina, o pide que le atienda la dueña, porque a la auxiliar le ha pedido algo para la circulación y le ha mandado a hablar con Manolo el guardia.

Serafín, es un decir, se hizo famoso en un libro de Juan Tallón que se publicó poco antes del Mundial de Brasil. En ‘Manual de fútbol’, Tallón escribía sobre él: «La semana que hay derbi, al volante de un Lada Niva, y micrófono en mano, se pasa los días anunciando el partido. Con los acordes de ‘El negro no puede’ de Georgie Dann sonando detrás, como cortina, Serafín va repitiendo la letanía por todo el contorno: ‘El próximo domingo, en el campo municipal de A Seca y a las cinco de la tarde, duelo de máxima rivalidad entre la SCD Campelo y la SCD Campañó. Habrá pelea, como de costumbre’».

Porque él, a bordo de su coche, es la banda sonora de nuestras vidas sin que nosotros mismos lo sepamos. Pensamos en The Beatles o en U2. Hasta en Pablo Alborán. Nos ponemos los cascos, le damos al play y listo. Y no. Es el propio Serafín quien le da al play y pulula a nuestro alrededor. Cuando anuncia las fiestas de A Peregrina, o la publicidad de la Cadena Torres, o el aguardiente de Campo Lameiro, o los mítines de Lores, o un curso de primeros auxilios en el centro social de Campelo. Tutti fruti total. Los megáfonos son su reino. Le dan un papel con un textito y a partir de ahí pone salsa, especias, un poco de picante y mucho, mucho azúcar para que el mensaje coja vuelo y segundos. Toque personal, le llama él un pelín coqueto.

Este verano, en el bar de Salva, en Covelo, se partían de risa cuando pasó con su coche e hizo público, altavoz mediante, el último decreto del gobierno: «Hay que ver la ley de aguas, que está la cosa jodida. Rajoy dice que para ahorrar va a haber que ducharse con la vecina». Ante la alegría del personal, remató: «No se preocupen, que el presidente nos va a quitar el ácido úrico y el colesterol. Como nos quita de todo…». Pone la intermitente y regresa. Gira el volante como si diese la vuelta al ruedo.

El coche, el movimiento, es una metáfora de su vida. Emigró a Alemania después de hacer la mili, y allí, en un barco de tonelaje infinito, empezó a trabajar de bombero (de bombear, ojo). De un lado a otro, con ese buque gigante como hogar, se movió por todo el mundo. Hasta que en unas vacaciones, doce años después, un accidente de tráfico en Mos le dejó una invalidez.

¿Parado entonces? Jamás. Volvió a casa, en la parroquia de San Xoán de Poio, y solicitó hacerse con el cuidado de las instalaciones deportivas de A Seca, del campo de fútbol y del pabellón, a cambio de regentar la cantina. Un buen sitio para darle al pico y soltar frases como epitafios. El alcalde, Emilio Rey Fonseca, le ofreció entonces convertirse en encargado del almacén municipal. Serafín le dijo que no porque tenía miedo de perder la paga por invalidez, que sí era compatible con el otro trabajo. Por todo Poio se corrió la voz: «O alcalde quéreche facer ‘fijo’ e ti dis que non». El puesto no le quedó, pero el mote sí. Y ustedes que pensaban que era por una ‘figheira’.

A partir de esa época, el volante, el micrófono y la gracia. Con su empresa ‘Voz y sonido’ sus socios y él hacen publicidad, pegan carteles, graban cuñas para la televisión y lo que haga falta. Hasta mezclarse con la casta, porque la casta tiene fondos. O no. O sí y les cuesta echar la mano a la cartera, yo qué sé. Porque Serafín aún recuerda la campaña del 99 en la que trabajó para el PP de Pontevedra y se vio negro para cobrar. Tuvo que reclamar a Manuel Fraga y a Xosé Cuíña. Al final, al parecer, el cheque andaba perdido. «Perdido, sí», repite ‘O Fijo’ mientras le da un sorbo a un albariño en la terraza del Otilio.

Con 65 años echa cuentas: le faltan tres calendarios para hacer los quince años cotizando en España y asegurar una pensión que sumar a la de Alemania. Bombero y locutor, pero de los que hacen números. Trabajo no le falta. Por si tuviera poco con ‘Voz y sonido’ y con hacer apariciones estelares en los libros de Tallón, en Campelo todos acuden a él cuando quieren quejarse de algo para que lo arreglen. Si hay una acera que reclamar o un contenedor del que echar pestes, Serafín es su hombre. Él, entre cuña y cuña, mientras los megáfonos descansan un rato, da el recado en el ayuntamiento. ¿El alcalde del pueblo? Tampoco exageremos. Digamos que es un intermediario. Fijo.

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