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La soledad del corredor de fondo

Hay un punto anacrónico en la fotografía que se puede tomar por las mañanas en A Xunqueira, como si alguien hubiese sacado a Germán Fortes de otra época y lo hubiese colocado a base de Photoshop en el epicentro del running local. Como cuando Stalin se cargaba a Trotski, pero al revés: insertado.

Las razones son varias. Para empezar, Germán no hace running: Germán corre. A la antigua. Patea la Illa do Covo un poquito al trote, unos dos kilómetros, y otro poquito caminando, otros tres, hasta completar sus cinco kilómetros. Germán tiene casi 71 años y, aunque los andadores son legión en la zona, cada uno a su ritmo, no hay mucha gente de esa edad a la que se la pueda ver gastando zapatilla a la carrera.

Para redondear el cuadro, en tiempos de Decathlon, mallas, pulsómetros y móviles que cuentan pasos, Germán viste un chándal oscuro, sobrio y sin estridencias, y si amenaza lluvia, se acompaña de un paraguas, porque no soporta mojarse la cabeza y los chubasqueros lo agobian. Lo que era casi normal hace veinte años, ahora, ya ven, es un elemento transgresor, que dirían los de Belas Artes. Un analista de moda escribiría, quizás, que la vestimenta de Germán es vintage. Habría que explicarle toda la historia para que entendiera algo. Y eso nos llevaría un buen rato, porque estos casi 71 años incluyen, como quien dice, una vuelta al mundo.

El viaje se inicia con un parto en Caroi (Cotobade) en 1944, en una sociedad agrícola que hoy parece el Pleistoceno. «Estábamos siempre activos físicamente. Todos los vecinos se ayudaban en las tareas. Te inculcaban unos valores que creo que se han perdido, algo que se ve, por ejemplo, con la crisis». Germán estuvo a un pelo de entrar en una escuela militar, lástima de teniente, y acabó iniciando su vida laboral con 14 años como aprendiz de carpintero, sin cobrar un duro. Las perspectivas aquí eran las que eran, así que cogió la maleta y emigró a Brasil con 17 años para trabajar en la hostelería en una época en la que ya casi nadie se marchaba a Sudamérica. Allí estuvo hasta los 22, cuando regresó porque la inflación galopaba más que un caballo. Hizo la mili y, de nuevo, la maleta, rumbo a la Costa Brava, donde las cosas ya empezaron a estabilizarse de verdad. «Empecé de camarero y acabé de gerente de una discoteca. El jefe nos revisaba las uñas, el cuello de la camisa, el planchado del pantalón... Era otro mundo y otra profesionalidad. Veo lo que hay ahora en Pontevedra y alucino».

Fue ahí donde posiblemente vivió una de sus etapas profesionales más plenas. «Estaba muy mimado por los jefes, por decirlo de alguna manera. Recuerdo que una vez al mes, el disc jockey y yo cogíamos el coche e íbamos a Andorra a buscar discos y canciones nuevas que no se podían encontrar en España. Así nos adelantábamos a la competencia». Vestía un esmoquin impecable, chaqueta de color hueso y pantalón negro, otro nivel, y ejercía de relaciones públicas cuando los relaciones públicas no se llamaban relaciones públicas.

La morriña y la añoranza, la soledad del corredor de fondo que aún no corría ni se había puesto el chándal discreto, las mitigaba con una suscripción a Diario de Pontevedra. El periódico llegaba con retraso, pero incluía anuncios, por ejemplo, de la mítica Nova Olimpia, de Vigo. Un día, en la sala de fiestas de la Costa Brava, un hombre fuerte y grande, al que había acomodado en una mesa, pidió hablar con él. «¿Eres gallego?». «Sí, de Pontevedra». «¿Y no te apetecería trabajar allí». Germán ni se había planteado volver, pero aquel hombre, Alejandro Fernández, dueño de Nova Olimpia, insistió hasta que lo convenció.

El chasco llegó ya en la terriña: Germán descubrió que el trabajo no era en Vigo, sino en Ourense, en otra discoteca, la Nueva Vanesa, cuando al escribir Vanesa se economizaban las eses. Pasado el tiempo, con el dueño lejos y un nuevo jefe, se cansó de intromisiones absurdas y se despidió. Así que volvió a Pontevedra a trabajar en un pub. Al poco tiempo, en el 78, consiguió sacar una plaza de celador en Montecelo y recuperó sus orígenes, haciendo apañitos como carpintero. Todo esto ocurrió antes de que cumpliese 34. Una maldita montaña rusa. «Salía de casa a las 7.50 y trabajaba en el hospital hasta las tres. Comía y me ponía con la carpintería. Llegaba de vuelta a las diez de la noche». Si quieren una explicación a por qué corre este hombre con 71 años, no van a encontrar nada mejor que ese entrecomillado.

Porque Germán es un tipo activo, que no sabe estar parado más que para iniciar un movimiento. De ahí que se embarcase en la aventura de un libro, ‘Caroianos’, algo completamente diferente a lo que había hecho hasta entonces. «Un domingo estaba leyendo un artículo en el que se recogía el trabajo de un investigador basado en el Catastro del Marqués de la Ensenada. Se me encendió una bombilla. ¿Y por qué no hacía yo eso con Caroi?». De esa bombilla surgió una relación más estrecha aún con su primo Xosé Fortes, que lo animó a preparar algo más elaborado que lo había visto en el periódico. «Me dijo que íbamos a sudar la camiseta juntos. Trabajar con Pepe es espectacular».

No podía quedarse ahí la inquietud de Germán. Se zambulló en un curso sénior de la universidad, una experiencia que recomienda encarecidamente a todo aquel que quiera escucharlo, y, tras publicar artículos en varias revistas culturales, ahora se encuentra inmerso en el proceso de gestación de ‘Historia de Cotobade’, un trabajo que espera que vea la luz este año y que ha llevado al equipo redactor arriba y abajo, por Madrid, Salamanca, A Coruña y Ourense, buscando archivos como ratas de biblioteca.

Para cargar energías, mientras tanto, corre. Todos los días, de lunes a viernes, llueva, truene o caiga el sol a martillazos, con sus carreras, sus estiramientos y su chándal vintage, sin que se le pase por la cabeza hacerse un Manolo Rosales y participar en competiciones de fin de semana. «A mí esto me hace sentir bien, ágil. Me da una energía positiva tremenda. Conoces gente, te dan ánimos, se meten contigo, te pican, te sonríen. El día que no vienes te falta algo. Cuanto más cansado, más ganas. Y si todo eso te sirve para tener mejor salud, estupendo.Tengo casi 71 años y no sé lo que es tomar una pastilla». Palabra de Germán Fortes en A Xunqueira. Paraguas en mano, por supuesto, que amenaza lluvia.

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