Blog | Que parezca un accidente

Víctor Fernández y el tobogán

VÍCTOR FERNÁNDEZ comenzó su última rueda de prensa con la clasificación entrecortada, carraspeando para aclarar los veintisiete puntos que tenía atravesados en la garganta. "Con cuatro o cinco más no habría pasado esto", murmuró tras recordar que había evitado el precipicio casi toda la temporada. Sospecho que ignoraba, como suele ocurrir, la importancia de ese "casi".

A veces todo -o casi todo- depende de un "casi". Conozco a gente que casi se muere. Tengo un amigo que una vez casi hace un trío. En enero probé una cerveza sin alcohol que sabía casi como la cerveza. Haber mantenido al equipo fuera de la zona de descenso "salvo en tres o cuatro ocasiones" es un "casi" demasiado grande como para que no se note. La sensación de estar a punto de despeñarse no es fácil de sobrellevar. A nadie le gusta viajar tanto tiempo por el desfiladero, sintiendo cómo los volantazos devuelven las cuatro ruedas a la pista de milagro. No hay nada extraño en la tensión de una afición cansada de vivir justo en el borde. Porque el fútbol es cómodo y calentito cuando tu equipo se pasa la temporada veraneando en la mitad de la tabla, pero después de seis meses echando números cada lunes, contando los puntos como monedas sueltas en el bolsillo, cuando la liga ya solo te sabe a incertidumbre, se convierte en un lugar húmedo e inhóspito de cuyo desaliño necesitas culpar a alguien.

"Me voy porque no he hecho feliz a nadie", se dijo a sí mismo

Y ese alguien, cuando no son los jugadores, mercenarios, es el entrenador. "Me voy porque no he hecho feliz a nadie", se dijo a sí mismo Víctor Fernández en voz alta, consciente de que Jorge Valdano tenía razón y el fútbol es un estado de ánimo. Su presidente lo había llamado unos días antes del partido para explicarle que perder contra el colista, un equipo que solo ha conocido la victoria en tres ocasiones durante toda la temporada, no era una opción. Era la cuarta vez que el club le daba un ultimátum, y todo el mundo sabe que ningún entrenador sobrevive a cuatro avisos. Es una ley no escrita que alguien debería incluir en los estatutos de la LFP. Aunque sea a bolígrafo. Entre dos artículos. "Casos en los que se despedirá al cuerpo técnico". Así al menos todos sabríamos a qué atenernos.

Porque si no, vivimos en un estado de ansiedad constante. Todos los días alguien se despierta sudando frío en mitad de la noche pensando: "¿Se habrá cargado mi equipo hoy al entrenador?". Y hasta que lee la prensa al día siguiente en el trabajo no vuelve a pegar ojo. Imagínense cómo será el desasosiego si el que da el brinco en la cama es el propio interesado.

Debe de ser desesperante. Siempre imagino el oficio de entrenador como un tobogán por el que los técnicos se van tirando a medida que los clubes los necesitan y a cuya cola se van incorporando los que acaban de ser despedidos. La imagen debería bastar para entender que quizá no todos los males sean culpa suya. Y sin embargo una mala racha es suficiente para que suene el teléfono rojo y de repente te veas con tu traje y tu gomina en plena calle, sin equipo, esperando para subir de nuevo al tobogán.

Acababa de empatar contra el Córdoba y Víctor Fernández ya hablaba de sí mismo en pasado, con la mirada perdida en conjeturas y respondiendo a preguntas que la prensa dirigía a su sustituto, como quien dispara a los patos de mentira en la feria. Cuando aún no ha desaparecido el anterior ya hay que empezar a encañonar al siguiente. Sin solución de continuidad. En mi opinión es un error tomar esta clase de decisiones en caliente. No se debería acordar el cese de un entrenador tras una derrota, tenga ésta forma de derrota o de empate. Debería hacerse siempre después de una gran victoria o de haber encadenado veinte partidos seguidos sin perder. O incluso el día de Nochebuena, durante la cena, cuando nadie se lo espera. Porque tal vez así, con tiempo suficiente, alguien se dé cuenta de que hay que tener mucha suerte para que te toque una mano ganadora si cambias de golpe todas las cartas.

En mi opinión es un error tomar esta clase de decisiones en caliente

Rara vez funciona. Todos los años el campeonato comienza su recorrido despacio, bostezando y estirando los brazos cuando todavía no son horas para hacer nada. Pero poco a poco va saliendo el sol, la liga se va desperezando y de repente ya hay cinco o seis equipos coqueteaneo con los puestos de descenso. Sus directivos suelen hartarse a las pocas horas, días, semanas o meses, y cuando quieres darte cuenta destituyen al entrenador, nombran a otro y no pasa absolutamente nada. Todo sigue igual que estaba.

Sin embargo el fútbol, a diferencia de la política, es algo muy serio, y aunque no sirva para nada, cuando las cosas no son como deben ser alguien asume siempre la responsabilidad. Al principio son un par de jugadores, que pierden la titularidad. Después es el turno del entrenador, que como digo es sustituido sin éxito. Cuando la situación se vuelve insostenible, cae el director deportivo -quien, de hecho, solo está ahí para eso-. Y por último, cuando la grada señala al palco y se exige la dimisión del presidente, se deja que pase el tiempo que sea necesario hasta que la fortuna sonría de nuevo al club y santas pascuas.

Porque al presidente no lo echa ni dios. Sentado en su despacho es como uno de esos muñecos de culo redondo a los que por mucho que golpees siempre regresan a su posición original. Ya puede oscurecerse el cielo tras una lluvia de críticas, que un presidente no abandonará el cargo jamás. Está grabado a fuego en su cógido genético. El club es suyo.

Menos mal que últimamente algunos están teniendo el detalle de saltarse la ley a la torera para que los jueces puedan meterlos entre rejas y separarlos para siempre de sus equipos. Esperemos que cunda el ejemplo.

Artículo publicado el domingo, 12 de abril de 2015, en la edición impresa.

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